Mi novedosa experiencia con un auténtico y genuino turrón blando de Jijona artesano
El dulce navideño por definición en toda España es, sin duda, el turrón. También se consume en Italia, Portugal, Francia y Latinoamérica.
Unas navidades españolas sin turrón no parecen ser unas verdaderas navidades, aunque no se trata del único dulce navideño ni mucho menos. Pero el turrón es algo muy especial, concreto y diferente, debido a la simplicidad de sus ingredientes que, a grandes rasgos, son dos.
Se trata de una masa dulce cuya preparación requiere almendras tostadas, miel cocida y azúcar blanco añadido. Digo dos ingredientes (aunque técnicamente son tres en cantidad de peso) porque la miel y el azúcar son, en realidad, dos presentaciones diferentes de lo mismo: sacarosa. Es decir, azúcar simple. La verdadera diferencia no sería nutricional sino palatal: el sabor del azúcar en forma de miel (procesado por las abejas a nivel enzimático, a partir del jugo de las flores) es muy distinto al sabor del azúcar en forma de cristales blancos de sacarosa (procesado por los humanos a nivel industrial, a partir del jugo de caña azucarera o del jugo de remolacha).
Pero en el caso del turrón su particularidad como dulce navideño reside en la combinación de sabor que mezcla las almendras tostadas con la miel, en el caso del turrón blando de Jijona y no tanto en el caso del turrón duro de Alicante, que son, a grandes rasgos, los verdaderos turrones tradicionales en España, producidos ambos en la región de Alicante, perteneciente a la Comunidad Valenciana.
¿Por qué? Porque el turrón blando de Jijona se caracteriza por moler las almendras tostadas, mezclándolas con la miel y el azúcar, hasta formar una pasta compacta que se moldea en forma de tableta rectangular.
En casa de mis padres crecí durante la infancia, adolescencia y juventud comiendo los turrones tradicionales anualmente todas las navidades (incluyendo también el de yema tostada y el de nieve, como se solía llamar). Alcoy, mi lugar de nacimiento y residencia hasta los 29 años de edad, es una pequeña ciudad de la provincia de Alicante que está a una veintena de kilómetros, a lo sumo, de Jijona, la más diminuta población donde se fabrica (y se inventó) la mayor parte del turrón tradicional. Hasta que mi padre falleció de cáncer el 20 de febrero de 2005 jamás comí un turrón industrial que no fuera de fabricación artesanal. Mi padre lo compraba a granel y al peso en la feria de Cocentaina (su lugar de nacimiento, muy cerca de Alcoy) todos los años, en una pequeña empresa familiar de fabricación artesanal, que acudía a esa popular y antigua feria de maquinaria agrícola. Nunca comí siquiera turrón envasado hasta cumplir la treintena y fallecer mi padre. Y entonces supe de sobra lo que había perdido, pues a partir de ese momento solo he comido turrón industrial envasado.
A partir de aquí, cuando hable de turrón me referiré al blando de Jijona, pues es mi favorito y año tras año fui desarrollando un paladar selecto hacía él, hasta el punto de llegar a comer solo turrón blando de Jijona y no únicamente en las navidades.
La diferencia a nivel nutricional entre el turrón artesano caro y el turrón industrial barato es inexistente. Tienen, aproximadamente, la misma fórmula: entre 64 y 70 % de almendras tostadas molidas, entre un 20 % de azúcar y un 12 % de miel y un poco de clara de huevo como emulsionante. La verdadera diferencia es palatal. El turrón industrial barato sabe como si fuera una seca y quebradiza masa compacta de harina de trigo con mucho azúcar blanco y algo de aceite vegetal. El turrón artesano caro sabe como solo sabe el turrón de verdad; esa jugosa combinación única de sabores intensos y sensaciones explosivas que proporciona la mezcla entre las almendras tostadas molidas, su aceite derivado y la miel.
Por norma general el turrón artesano caro tiene un 5 % más de miel que un turrón industrial barato y esa insignificante proporción marca la diferencia.
El problema con el turrón es que se trata de un adictivo producto comestible procesado que, a pesar de la sencillez de sus ingredientes, contiene la friolera de un 32 % de azúcares añadidos, es decir, el equivalente a un producto muy muy azucarado, a medio camino entre la bollería o las galletas y las chocolatinas.
Para una persona como yo, con trastorno por atracón basado en atracones de productos comestibles ultraprocesados, haciendo especial hincapié en los dulces (mucho más que en los salados), consumir turrón siempre fue una de las peores ideas, debido a lo adictivo que es, al mezclar las abundantes grasas insaturadas de las almendras (un 38 % aproximadamente) con la barbaridad de azúcares añadidos que contiene. No recuerdo desde tiempo ha, comerme un trozo (grande o pequeño) de turrón, como hace la gente normal que no sufre TA, pues siempre me comía la barra entera (de 300 a 500 gramos) en una sentada. Es cierto que un 70 % de almendras tostadas no es un 70 % de harina de trigo o de chocolate, pero tampoco es menos cierto que un 32 % de azúcares añadidos (que se suben a 96 gramos si te comes una barra industrial estándar de 300 gramos) no tiene absolutamente nada de saludable.
Este año sentía que todo iba a ser diferente y me apetecía mucho disfrutar del turrón navideño, pero tenía varias dudas, la principal de las cuales era el miedo por definición: ¿Me hará recaer del todo y volveré a las andadas si pruebo un trozo de turrón? No se trataba de un miedo infundado. Me había pasado infinidad de veces a lo largo de las últimas tres décadas.
¿Y qué pasó, finalmente? Pues que mientras lo pensaba y me decidía, oscilando entre el sí y el no, se echaron las navidades encima. Entonces viví algo jamás vivido: no había turrón en sitio alguno. De ningún tipo. ¡Vaya con la tradición turronera española! Finalmente encontré, de milagro, un paquete de Antiu Xixona en Mercadona. Cuando llegó la hora tras la cena de Nochebuena no me pude comer ni un trocito decente y lo tuve que tirar. ¡Estaba horrible! Y quise comprar para Nochevieja un turrón artesano más decente, pero me encontré con todas las estanterías vacías, fuera donde fuera.
El 2 de enero de 2025 estaba paseando por una calle adyacente a la Explanada de Alicante con mi mujer y vi a lo lejos el cartel de una tienda especializada en licores y turrones artesanos El Abuelo, una pequeña empresa de Jijona dedicada a la fabricación principal de turrones artesanos desde 1931. Entramos y aunque los precios variaban algo, a grandes rasgos se veía la gran diferencia de calidad entre un turrón industrial barato (que oscila de los 3 a los 5 euros) y los turrones artesanos que tenían allí (el más barato de los cuales no bajaba de los 10 euros). Me compré el más caro de todos, una tableta de 500 gramos que me costó 15,95 euros.
Las fotografías que hice el 2 de enero de 2025, tras la compra de la tableta.
Entonces llegó la prueba de fuego: ¿Sería capaz de comerme la barra de turrón como una persona que no sufre TA? La respuesta es afirmativa. Contra todo pronóstico, transcurrida hoy una semana, he conseguido comerme ese medio kilo de turrón día a día, trozo a trozo, disfrutándolo, evidentemente, como nunca lo había hecho antes.
La fotografía que hice ayer, 8 de enero de 2025, seis días después de la compra.



Como me alegra leer eso Bro!!
ResponderEliminarGracias, Bro. La verdad es que está siendo una novedad todavía difícil de creer, pues se trata del aspecto más complicado, como muy bien sabes, de toda mi vida. Necesito tiempo para ver si esto es real u otra quimera ilusoria más. Gracias por esa visita pertinente y lectura de cada artículo que siempre aparece reflejada, pues sé de sobra que eres tú.
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