Ultraprocesados, trastorno por atracón y obesidad (mi experiencia vital)
Sin ninguna duda y con diferencia considero que este artículo (o post o como se llame) es el más importante de todo el blog.
Aquí voy a relacionar tres temas o aspectos de la alimentación y la salud que me parecen los más importantes y significativos, siendo también un artículo (o post o lo que sea) sumamente arriesgado, pues se fundamenta en la mayor subjetividad sesgada por mi parte: la experiencia propia basada en anécdotas personales.
Sin ninguna duda y con diferencia este artículo (o post o lo que sea) está siendo el más difícil de escribir por lo que me incumbe. Le he dado mil vueltas durante mucho tiempo (mucho antes de decidirme a inaugurar el blog) y he postergado demasiadas veces su escritura (aunque he tenido otros intentos anteriores, especialmente el pasado año 2023 tras una polémica surgida en torno a Ibai Llanos e iniciada por Gema García Marcos desde su ignorancia, prejuicios y desconocimiento del tema a mi parecer).
Sí, no me cabe ninguna duda, por desgracia y para mí es una evidencia desastrosa pero muy real (demasiado real): hay una clara y obvia relación entre el consumo de productos comestibles ultraprocesados, el trastorno por atracón (TA) y la obesidad como epidemia mundial y cuya responsabilidad principal recae en la industria alimentaria, en la publicidad depredadora (especialmente la dirigida a la infancia) y en una inacción política legislativa que regule de una vez por todas esta problemática tan seria, antes de que sea tarde.
Y por descontado que la culpa no es de los consumidores ni de las ignorantes creencias tan arraigadas en la sociedad: no, "Gemas Garcías Marcos" del mundo, la culpa no es de lo perezosos que somos los que sufrimos obesidad, ni de elegir la "grasaza" y el sedentarismo a una dieta saludable, un estilo de vida ("fitness" se llama ahora) y el ejercicio. Tampoco es por la falta de voluntad. Se trata de un problema social muy grave y complejo, en el que todos participamos inevitablemente por la situación imperante en la que vivimos (sí, los referentes fitness también). El botón de muestra está servido con suficiencia al visitar cualquier supermercado o superficie comercial donde se venda comida: más del 80 % de opciones son productos comestibles ultraprocesados y otro 10 % como mínimo son carnes, pescados, lácteos y huevos. Y sí: también muchas de las cosas que defienden los referentes del fitness como saludable no lo es ni de broma.
¿Alguien en su sano juicio puede dudar de la respuesta, por tanto, a la mayoría de problemas de salud, trastornos metabólicos y obesidad como culminación que sufrimos todos en mayor o menor medida? La respuesta es afirmativa: sí; alguien que desconozca la repercusión de los "desiertos" y "pantanos" alimentarios en los que vivimos o que en sus creencias erróneas y sesgadas piense que es cuestión de actitud, fuerza de voluntad y hacer elecciones correctas. No, el problema es mucho más serio que ese simplismo reduccionista cuyo resultado es culpabilizar a la víctima de algo en lo que no ha participado conscientemente, pero se ha encontrado inmerso inconscientemente desde siempre: una industria alimentaria voraz, depredadora, insaciable y con un único objetivo: enganchar a la gente cuanto antes a sus malsanos productos para fidelizarlos y sacar rendimiento constante, o lo que es lo mismo, máximos beneficios al mínimo coste. Lo de siempre, en fin.
Creo que mi caso es paradigmático: quienes me conocen desde la juventud saben que me puedo reír con suficiencia de cualquier argumentación fitness en relación a estereotipos o creencias infundadas alrededor del deporte, el ejercicio o una vida saludable, pues fui un referente accidental e inconsciente del ahora llamado fitness casi antes de que se inventara o al menos pusiera de moda ese anglicismo en España. A finales de 1992, con apenas 17 años de edad, empecé a practicar boxeo autodidácticamente. De ahí pasé a correr de 15 a 20 kilómetros a diario y a levantar pesas en casa, así como a realizar ejercicios de fuerza. Lo que no entiendo es cómo puede ser que con las tablas de 1.000 a 3.000 flexiones abdominales de crunch (por ignorancia) todos los días no tenga la espalda rota. Supongo que no estuve (por suerte) practicando los suficientes años. También recorrí unas cuantas rutas con bicicleta de montaña y practicaba natación todos los veranos. En la segunda mitad de 1995 me hice ovolactovegetariano por motivos naturistas, es decir, de salud y bienestar. Por descontado que también practicaba senderismo. Y como resultado de todo ello tenía un cuerpo delgado, musculado (sin excesivo volumen) y sobre todo definido. Pesaba 67 kilos y medio para 175 centímetros de estatura.
Pero en la infancia desarrollé un hábito alimentario inconscienciado que me pasaría factura por los años y sería una factura muy cara de pagar. Todavía estoy pagándola. En la puerta del colegio al que acudía todos los días para estudiar los ocho cursos de EGB o Enseñanza General Básica había dos pequeñas tiendas de golosinas dulces y saladas, estratégicamente situadas. Recuerdo a la perfección lo cansinos que eran mis padres con la alimentación y su intento por evitar que mi hermano menor y un servidor comiéramos bollería industrial y golosinas. Siempre fueron infructuosos sus intentos, pues a la mínima de cambio intentaba cambiar el bocadillo por un bollo repleto de crema de cacao. Y el patrón que acabaría desencadenándose una década después dio comienzo ahí, en la más tierna, inocente y remota infancia. No recuerdo nada de mi infancia, excepto dos cosas: la primera es ir a casa de mi abuela materna para recibir la moneda dorada de 100 pesetas con el careto impreso del rey Juan Carlos I de España. ¿Adivinas en qué me gastaba el dinero? Y eso que 100 pesetas en la segunda mitad de la década de 1980 daban para muchas golosinas. La segunda era también ir a casa de mi abuela materna, pues cada vez que la visitaba me compraba arroz con leche y flanes de vainilla y de huevo y natillas, todo industrial, evidentemente. ¿Parece una pesadilla postapocalíptica del mundo insaludable, enfermo y obeso? Pues ahora es mucho peor (no mejor, como debería ser) que entonces.
Por eso quienes se afanan en reduccionismos ideológicos culpabilizadores del individuo por su pereza o falta de voluntad o falta de autocontrol deberían primero revisar su fallido sistema de creencias antes de nada y, tal vez, hacerle unos reajustes, pues están no solo meando fuera del tiesto sino salpicándonos a todos con sus meados.
La industria alimentaria ultraprocesadora de alimentos se encarga de enganchar a los potenciales clientes consumidores (todo el mundo de cualquier edad) cuanto antes por un motivo muy sencillo y de ahí su ingente gasto en publicidad depredadora enfocada a los niños: cualquier niño que pruebe sus productos se volverá potencialmente adicto de adulto y será muy complicado que los deje de consumir. Las evidencias están a la vista para quien haga el mínimo esfuerzo por ver lo obvio. De cada niño que al llegar a la juventud decida dedicarse al fitness, al menos nueve (o seguramente más, viendo el panorama) se volverá sedentario, sufrirá sobrepeso u obesidad y morirá prematuramente de enfermedades no transmisibles y derivadas del estilo de vida, por tanto, evitables. ¿Será cuestión de promocionar y patrocinar más el deporte y las ventajas de llevar una vida fitness? ¿O será más bien cuestión de encarecer los productos comestibles ultraprocesados, dificultar al máximo su acceso, prohibir su publicidad enfocada a la infancia, limitar su publicidad en adultos, abaratar los precios y el acceso a los alimentos saludables y por último, patrocinar más el deporte?
Poco antes de cumplir los 22 se dieron una serie de circunstancias personales y laborales que me llevaron a refugiarme en la comida basura. Corría la primera mitad de 1997 y todos los viernes por la tarde, destrozado tras una semana de duro trabajo en la albañilería como peón, me acercaba a la bodega más próxima a casa para aprovisionarme con aperitivos salados fritos, bollería industrial, golosinas, chocolatinas y refrescos (bebidas azucaradas) o zumos. Alquilaba alguna película todavía en VHS y me pasaba todo el fin de semana "enclaustrado" en casa viendo películas y dándome atracones de comida chatarra. Ahí fue cuando empecé a desarrollar el trastorno por atracón o TA y me distancié por primera vez del deporte, el vegetarianismo y la vida saludable. Daba comienzo una caída en picado que me sumergiría en una serie de problemáticas con la comida, la conducta alimentaria y el peso, que todavía arrastro de una manera o de otra.
Pero faltaba un último ingrediente para que se desatara la tormenta perfecta: el hachís y la marihuana. Pocas cosas en la vida me han traído tantos problemas como habituarme a fumar hachís y marihuana durante doce años de mi juventud. Empecé a fumar porros con 25 y dejé definitivamente de fumar porros a los 37. El mayor de esos problemas fue arraigar con demasiada solvencia el TA y una intensa adicción a la comida basura.
Sí, los productos comestibles ultraprocesados hay que empezar a verlos como un problema de adicción y más adelante indagaré en esa cuestión junto al médico infectólogo británico especializado en el tema Chris van Tulleken y su magnífico (además de necesario) último libro traducido al castellano hace unos meses.
En la segunda mitad de 2000 empecé a subir un poco de peso, aunque sin grandes consecuencias. Simplemente desapareció la "tableta" de mi abdomen (tenía unas abdominales envidiables). Pero a principios de 2006 la cosa se puso más seria y pasé del sobrepeso a la obesidad en poco tiempo: de 70 kilos llegué a 86 en poco tiempo. A partir de entonces quedé atrapado en la mayor trampa de la obesidad a mi juicio: la oscilación. Es esa trampa donde pierdes unos kilos tras un esfuerzo (dietético, deportivo) y luego recuperas lo perdido más un extra añadido. La oscilación se produce, según mi experiencia particular, porque entras en un "estado de excepción" vital (reducción dietética calórica, aumento del ejercicio, ayunos, dietas de adelgazamiento, abandono radical de la comida basura, etcétera) y luego vuelves pendularmente a la normalidad. Pero esa vuelta implica una recaída brutal en los hábitos insaludables, especialmente en lo que respecta al consumo de ultraprocesados, pues su consumo siempre es desproporcionado y en atracón. No puedes parar de comer.
Claro que hay gente (la mayoría) que todos los días consume ultraprocesados y eso no le pasa nunca (como también hay gente que se fuma un cigarrillo de vez en cuando o bebe alcohol muy ocasionalmente) pero lo habitual es que acabe sucediendo, como ya es cada vez más patente. Estamos tan acostumbrados a consumirlos habitualmente que la mayoría sería incapaz de identificarlos, pues forman parte de la llamada dieta global estándar. Pero aunque no engordes por consumirlos ni desarrolles TA al consumirlos no significa (como si te fumas un cigarrillo eventual o bebes una copa de alcohol a la larga) que no te arruinen también a ti la salud. Porque lo hacen y ya no cabe ninguna duda de que es así. El único consumo seguro (al igual que sucede con el tabaco o el alcohol) es cero.
Desde febrero de 2006 quedé atrapado en la oscilación del peso corporal al sufrir obesidad. Según mi experiencia (y lo que veo alrededor al estudiar la epidemia de obesidad que sufrimos a nivel mundial) sufrir obesidad implica quedar atrapado en la trampa oscilatoria. Esto significa que ganas peso y pierdes peso para volver a ganar peso, aunque cada ganancia siempre es al alza, lo cual implica ganar algo (o mucho) más que lo anterior antes de perder. La principal causa de la trampa oscilatoria como bucle cerrado que siempre se repite y en la que acaba enrocada toda persona que sufre obesidad, es cualquier actividad realizada en torno a intentar resolver el problema una vez lo sufres, destacando aspectos que implican una gran fuerza de voluntad (lo cual desmiente con los hechos la idea de pereza o gula entre otras creencias infundadas pero populares): restricción calórica, aumento del ejercicio y probar continuamente dietas de adelgazamiento (según la que esté de moda en esa temporada). Todas esas estrategias están equivocadas y su resultado invariable siempre es el mismo: agudizar más el problema.
La obesidad es una enfermedad crónica (que forma parte del síndrome metabólico), no una condición de la persona, por tanto una persona no puede ser nunca obesa sino sufrir obesidad.
No se puede ser, pero sí se puede sufrir. De hecho, cada vez más personas la sufren y se ha terminado convirtiendo en un problema grave de salud pública social a nivel epidemiológico. Y cada día que pasa se agrava más, por tanto es de la mayor importancia actuar e intentar ponerle remedio. Los expertos en el tema han llegado a un nivel de alarma tan grande con la situación que ya ni siquiera se plantean una estrategia para resolver el problema a escala poblacional (debido a las dificultades que implica). Sus estrategias están cada día más enfocadas en que la población que no sufre sobrepeso ni obesidad nunca llegue a hacerlo. Así de serio está el asunto. Pero las evidencias son también cada día más inequívocas y apuntan hacia un lugar: los productos comestibles ultraprocesados (junto con las empresas que los diseñan, estudian y comercializan; el marketing y la publicidad depredadora que los vende; o los vacíos legales y la inacción legislativa política que permite la alarmante situación de un mundo al revés, donde lo saludable es cada vez más caro e inaccesible [un lujo] y lo insaludable es cada vez más barato y accesible, afectando claramente a la gente más desfavorecida y con menos recursos). Por todo esto citado hemos acabado creando unos entornos sociales obesogénicos, es decir, que cualquier sociedad actual favorece y promociona la obesidad. No es cuestión de culpar nuevamente al movimiento "body positive" como si fuera la causa, no. Esa moda de aceptar la obesidad como lo que no es (no, evidentemente la obesidad no es un estilo de vida sino una enfermedad que se sufre) simplemente es un intento de aceptar lo que hay y llevar de la mejor manera posible una realidad disfuncional distópica con muy mal pronóstico a escala poblacional (y cada vez peor). Es cuestión de hacer cambios esenciales pero bastante improbables a corto plazo. Lo primero es erradicar los entornos obesogénicos y para eso deberían cambiar los precios de la comida, redistribuir de una manera totalmente opuesta las ofertas comestibles que hay a disposición del consumidor en los supermercados y modificar toda la restauración de arriba abajo, es decir, algo prácticamente imposible (tal y como están las cosas ahora). Por tanto solo queda una alternativa: el "método Basulto": no comas mejor, deja de comer peor. Es un "método" que a mí personalmente no me ha dado muy buenos resultados hasta el momento, pero cada vez voy mejorando con ello a medida que pasa el tiempo (o al menos eso creo).
Por experiencia propia el padecimiento de la obesidad y quien tiene la desgracia de caer en sus garras (especialmente si tu obesidad va asociada al trastorno por atracón) acaba metido en un ciclo de frustración constante que tiene muy mala solución. La experiencia de casi dos décadas arrastrando este problema me dicta que el peor abordaje es ir directamente de cara intentando quitártelo de encima como si te lo sacudieras y se fuera para siempre. Por desgracia las cosas no funcionan así.
Entre principios de 2006 y mediados de 2012 viví lo que podríamos llamar mi primera etapa sufriendo obesidad. Las vicisitudes de mi día a día y las etapas vitales vividas me llevaron a oscilar entre 86 y 105 kilos de peso. Subía a 105, bajaba a 90, volvía a subir hasta 105, volvía a bajar hasta 90. Y así pasé un lustro en la treintena (de los 31 a los 37). Pero una serie de acontecimientos catalizados por una circunstancia muy personal y concreta que tuvo lugar el 5 de julio de 2012 en Alicante, me llevaron a tomar decisiones radicales que me sacaron, en un instante de lucidez total y espontánea, sin esfuerzo de tipo alguno, del estilo equívoco y errático de vida insaludable que llevaba: dejé de fumar marihuana (y el tabaco asociado) de repente y tampoco volví a probar jamás una gota de alcohol (antes bebía casi todos los fines de semana en contextos lúdicos con los amigos, desde la segunda mitad de 1997). Y con la comida me pasó algo sorprendente y que a día de hoy todavía no he sido capaz de comprender o explicar: sin hacer nada en especial, perdí todo el peso sobrante y volví a mis 70 kilos iniciales al finalizar 2012. Pero durante las navidades de 2012 lo tiré todo por la borda de nuevo y empecé a comer turrones en las celebraciones familiares. Nada más dar comienzo 2013 ya había recuperado unos cuantos kilos de peso, volviendo a sufrir obesidad en pocos meses. ¿Qué sucedió entonces? Claramente sucedieron dos cosas: primero volví a consumir ultraprocesados y por tanto, simultáneamente volví a los inequívocos patrones del trastorno por atracón, engordando sin parar. Segundo me enamoré de una chica joven que conocí por Badoo y que sufría obesidad mórbida extrema. Al decidir irnos a vivir juntos a un piso de alquiler en Orihuela, parece ser que juntos nos retroalimentamos en nuestros respectivos problemas personales con la comida basura (ultraprocesados y restaurantes de comida rápida).
Desde el 14 de febrero de 2013 que vivo en Orihuela con mi maravillosa mujer (nunca me había enamorado de verdad, a pesar de las dos relaciones de pareja que tuve anteriormente, hasta que ella apareció en mi vida y nuestros respectivos caminos vitales se cruzaron de por vida, hasta hoy al menos) no he parado de engordar, subiendo los límites de la decimonónica y "urobórica" oscilación con el peso corporal. Rompí el límite máximo de los 105 y llegué hasta los 117 a finales de 2016. A partir de ahí el tope mínimo ya eran 100, no 90, es decir, que nunca he vuelto, al menos desde 2017, a los 90. Por eso establecí un objetivo, al que catalogué a finales de 2020 como "el rango pro de los 100", lo cual significaba intentar mantenerme el mayor tiempo posible en los 100 kilos de peso sin oscilar. Evidentemente no lo conseguí ni de broma y acabé llegando hasta el momento actual, a mi récord máximo: 122 kilos. Sucedió a finales del pasado año 2023.
Hoy he ido bajando muy poco a poco y con pequeñas oscilaciones hasta los 108 kilos, pero hace ya tiempo que tengo algo muy claro, también gracias al trabajo del único divulgador científico en el campo de la nutrición humana y dietética que considero me ha ayudado de verdad como referente personal (Julio Basulto Marset): centrarme en el peso es la mayor equivocación de mi vida. Centrarme en la comida es la mayor equivocación de mi vida. Las claves he descubierto que están en resolver el trastorno por atracón (algo que me está costando una barbaridad pero voy avanzando pasito a pasito hacia esa resolución con estrategias demasiado personales y subjetivas) y centrarme en el ejercicio diario para mantener una buena forma física a pesar de la lamentable apariencia externa.
Aunque no solo es por ese motivo pero principalmente el TA está asociado de manera muy estrecha con el consumo de productos comestibles ultraprocesados. Da igual el ultraprocesado que sea (de ahí mi rechazo personal al veganismo, pues se está encargando con su particular filosofía animalista obsesiva, que por otra parte puede ser muy loable, de llenar todos los supermercados y herbolarios con sucedáneos veganos ultraprocesados de la carne y el pescado, aumentando y no disminuyendo el grave problema que ya tenemos, además, con un falso reclamo que presenta esos productos veganos como si fueran más saludables cuando en realidad son más insaludables, añadiendo mayor confusión innecesaria si cabe a la que ya tenemos de sobra. Y tampoco podemos permitirnos, a mi juicio, hoy por hoy, superioridades morales ni éticas bajo ningún reclamo, ya que hay otros problemas más acuciantes que resolver en principio y según yo lo veo). Cuando consigo dejar de comer mal del todo, no sufro atracones. Supongo que los alimentos 100 % saludables (frutas, verduras, frutos secos, legumbres y cereales integrales) son barreras antiatracones naturales debido a su composición bioquímica, nutricional y sobre todo palatal. Pero si se cocinan y comen sin sal es prácticamente imposible llegar al atracón. Lo he comprobado infinidad de veces.
El verdadero problema es enfrentarte a los continuos estímulos proatracones (pues con los ultraprocesados sucede exactamente lo contrario, lo literalmente imposible es no darte un atracón con ellos cuando sufres TA) que hay por doquier, vayas donde vayas y hagas lo que hagas. Es como una pesadilla distópica de ciencia ficción donde estás atrapado y no puedes salir porque no hay alternativa. Es fácil la primera semana, tal vez la segunda y la tercera, pero antes o después se desata la tormenta perfecta tras una acumulación de circunstancias adversas, tanto psíquicas y anímicas como físicas. Y el continuo estímulo a consumir no ayuda nada, todo lo contrario.
Hoy estoy convencido como opinión personal subjetiva de que los productos comestibles ultraprocesados son el "ingrediente" principal del trastorno por atracón o TA, junto con otros "ingredientes" psicológicos, conductuales y genéticos que también deberán estar presentes para que se desate y convierta en un problema serio. Y del TA cual trastorno de la conducta alimentaria solo reconocido desde 2013 si mal no recuerdo (antes únicamente se reconocía la anorexia nerviosa y la bulimia) a la obesidad hay un paso. De ahí que sí, a mi juicio existe una clara relación entre el consumo de ultraprocesados, el trastorno por atracón y la obesidad sin duda. Por ese motivo también creo simultáneamente que la psiquiatría podría equivocarse al catalogar el TA como una enfermedad psiquiátrica, pues no siempre la compulsión irrefrenable por "comer hasta reventar" tiene que ver con un problema psicológico, sino por una habituación adictiva a las formulaciones estudiadas por la industria alimentaria al crear productos comestibles ultraprocesados, como analizó el periodista estadounidense de investigación Michael Moss en su crucial libro ADICTOS A LA COMIDA BASURA. CÓMO LA INDUSTRIA MANIPULA LOS ALIMENTOS PARA QUE NOS CONVIRTAMOS EN ADICTOS A SUS PRODUCTOS (Deusto, Barcelona, 2016). Pero más importante a mi juicio es el reciente libro del médico infectólogo británico Chris van Tulleken, cuyas investigaciones se centran en cómo las grandes corporaciones influyen en la salud de las personas, especialmente en el ámbito de la nutrición infantil: La epidemia de los ultraprocesados. Por qué comemos cosas que no son comida y cómo dejar de hacerlo (Urano, Madrid, 2024). Debido a la importancia y repercusión del citado libro, dedicaré un significativo espacio de este blog a indagar en todo lo aportado por el reciente libro de Tulleken (al que, por cierto, no conocía de nada), tras el que considero el artículo (o post o lo que sea y como se llame) más importante de este espacio virtual dedicado al blogging.



Comentarios
Publicar un comentario