El plato de comida perfecto

Comer de manera saludable y adecuada para optimizar al máximo posible la salud potencial y evitar lo que está en nuestra mano evitar (los factores de riesgo, que pueden y suelen desembocar en enfermedades no transmisibles derivadas del estilo de vida) será sencillo (fácil) o complicado (difícil) dependiendo principalmente de los hábitos alimentarios que cojamos a nivel conductual. Muchos años de malos hábitos será bastante difícil de revertir, pero se puede hacer perfectamente. Y ahí, precisamente donde se encuentran nuestras mayores debilidades vulnerables que nos desvían hacia una dieta insaludable, también se encuentran las fortalezas reprogramadoras que nos permiten "reformatear" nuestro "disco duro" cerebral para romper viejos hábitos insaludables "cristalizados" en los diálogos neuronales y las rutas neurológicas establecidas. Aunque durante mucho tiempo se cuestionó e incluso negó, hoy sabemos que la neuroplasticidad existe. Es posible "romper" los diálogos neuronales y establecer otros distintos. Bueno, al menos eso creo (a veces con mayor énfasis, otras veces con menor énfasis, también dependiendo de la etapa vital en la que me encuentre y el estado de ánimo que tenga).

Hace unos meses empecé a especular con las ideas alquímicas a nivel metafórico y me pregunté a mí mismo: ¿No podría ser la alimentación un tipo de "alquimia" pero con causas y efectos reales, no solo especulativos? No soy bioquímico, ni endocrino, ni siquiera dietista-nutricionista, pero, al observar la alimentación (ingerir materias primas o productos comestibles para descomponer y recomponer a nivel digestivo sus elementos básicos o nutrientes) y la nutrición (absorción y asimilación de esos nutrientes descompuestos y recompuestos para ser incorporados en el organismo y que cumplan las funciones esenciales que preservan un tiempo la vida) me dio la impresión de poder reutilizar las viejas ideas medievales y renacentistas ya obsoletas de la alquimia, para entender la dieta de otra manera, tal vez, más productiva o eficiente, mejor dicho.

El 26 de febrero de 2024, con estas especulaciones subjetivas en mente, decidí probar un invento que nunca antes se me había pasado por la cabeza: ¿Y si cocinara un montón de verduras solo con aceite de oliva virgen extra (AOVE)? Sin sal, sin especias. La idea "alquímica" que tomé fue la de considerar las verduras "oro nutritivo" máximo a nivel potencial qy la sal, las especias, las salsas, en fin, cualquier añadido implicaba estropear las catalizaciones correctas. El único catalizador adecuado sería el AOVE. Bueno, en el fondo me reía de mis estupideces, que en ningún momento tomé en serio y pensé lo obvio: "esto va a estar incomestible. Serán unas verduras sosas y aburridas de comer". Me puse con ello en el "atanor" de la cocina.

Lo primero fue elegir una amplia selección de verduras.

Lo segundo fue echar bastante AOVE en la base de una sartén.

Lo tercero fue empezar a cortar verduras prestando máxima atención selectiva consciente a lo que estaba haciendo, sin divagaciones mentales de tipo alguno.

Corté las cebollas a tiras.

Puse las cebollas a sofreír en la sartén con el AOVE.

Pelé las zanahorias y las fui laminando con el mismo pelador.

Metí las zanahorias en la sartén.

Corté judías verdes planas. 

Metí las judías verdes planas en la sartén.

Corté pimientos rojos a trozos pequeños.

Metí los pimientos rojos en la sartén.

Metí hojas de espinaca cruda por encima de la sartén hasta reducirlas al mínimo con fuego medio.

Desmenucé coliflor.

Metí la coliflor en la sartén.

Laminé unos champiñones.

Metí los champiñones en la sartén.

Y por último, corté dos calabacines en trozos pequeños.

Metí los calabacines en la sartén.

Dejé que todo se cocinara a fuego lento, mientras lo removía constantemente y le prestaba toda mi atención selectiva consciente sin distraerme.

Cuando consideré intuitivamente que estaba todo bien hecho, apagué el fuego y con el mayor escepticismo suspicaz lo serví para probarlo. La sorpresa fue enorme. Nunca había probado nada tan sabroso, bueno y nutritivo.

Desde entonces, medio año después de este inesperado descubrimiento, estoy acostumbrado a comer cosas inusuales que a nadie se le ocurriría comer al natural, como tofu a secas o quinoa hervida sin más.

Mi descubrimiento "metalquímico" más interesante ha sido constatar que los alimentos sosos y aburridos no existen; existen las papilas gustativas sobresaturadas por los azúcares añadidos y libres, por los edulcorantes (calóricos y acalóricos), por la sal, por los potenciadores del sabor, por distintos aditivos (incluyendo las especias). Y la sobresaturación distorsionante de las papilas gustativas sucede porque nos hemos acostumbrado a comer a base de productos comestibles industriales preparados para facilitarnos la vida dándonos tiempo cronológico pero quitándonos la salud y el único tiempo que importa: el de vida con calidad y sin achaques. Pero las papilas se "desintoxican" rápidamente de esas distorsiones al poco tiempo de abandonar su consumo. Enseguida podemos recuperar con facilidad la capacidad palatal para reconocer los sabores presentes en los verdaderos alimentos. Lo difícil es sostenerse así en un mundo plagado de distorsiones palatales. Pero he descubierto una técnica que da resultados bastante inequívocos: lo más importante de todo para recuperar la identificación correcta de los alimentos a nivel palatal es comer correctamente (frutas, verduras, frutos secos, legumbres y cereales integrales) solo cuando tengamos mucha hambre.

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