Microbiota, microbioma y su posible asociación con la salud y las enfermedades
Aunque no recuerdo con exactitud la fecha concreta, la cuestión tratada en este post entró en mi campo perceptivo (creo recordar) a finales de 2015. Lo que sí recuerdo con nitidez (bueno, con la falsa nitidez ilusoria de la memoria y los recuerdos) era el lugar donde me encontraba: la consulta del odontólogo. Allí, en la sala de espera, había una pequeña mesa repleta con las típicas revistas de una consulta odontológica. Y entre ellas encontré una Muy Interesante, la típica revista que se presta a todo tipo de chistes facilones en la cultura popular, especialmente en el cine patrio. En el número citado venía un dossier especial sobre la microbiota. A pesar de llevar en ese momento dos décadas leyendo de todo lo que caía en mis manos sobre alimentación, salud y medicina, jamás había escuchado los conceptos "microbiota" y "microbioma". Aquella vez fue la primera y marcó un punto de inflexión. Resultó muy emocionante e inspirador leer aquel interesante dossier, escrito, en parte, por una investigadora científica del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas). Como era un número atrasado que ya no podía comprar nuevo, pedí permiso para comprar la revista a la consulta, pero amablemente me la regalaron. A partir del siguiente año y durante cuatro más me sumergí de pleno en el nuevo y apasionante descubrimiento. Mis referentes principales al comienzo fueron el matrimonio de bioquímicos estadounidenses Justin y Erica Sonnenburg. Leí su maravilloso libro EL INTESTINO FELIZ. Cómo controlar el peso, el estado de ánimo y la salud a largo plazo (Aguilar, Barcelona, 2016). Luego, por las vicisitudes de lo cotidiano en las sociedades occidentales acomodadas del primer cuarto del siglo XXI, me distancié, un tanto defraudado, del tema, por culpa de la enésima recaída en la dieta malsana, debido, en parte, al estrés, la incertidumbre y la novedad que trajo la pandemia de COVID-19 a nuestras vidas, confinados a la fuerza y escuchando todos los días desde la ventana de casa los altavoces de los coches de policía enviando consignas a la ciudadanía para permanecer en casa por nuestro bien. Joder, aquello parecía una película postapocalíptica de ciencia ficción y suspense conspiranoico, que me costó mucho aceptar (a pesar de entender racionalmente la situación y los motivos).
Aunque los términos se usan indistintamente para referirse a lo mismo, en realidad no lo es. El término "microbiota" hace referencia, en el contexto tratado aquí, a todos los microorganismos que colonizan en simbiosis cualquier organismo vivo, especialmente el humano. El término "microbioma" se usa como equivalente sustitorio del anterior, pero técnicamente hablando hace referencia no a los microorganismos sino al código genético de esos microorganismos. Al principio se pensaba en esos microorganismos como "flora intestinal" (debido a que su mayor presencia con diferencia, aunque no exclusiva, se halla en el aparato digestivo, intestinos en general y colon en particular), sin tener nadie mucha idea durante el siglo XX de qué funciones o importancia tenía, hasta que inauguramos el siglo XXI y a los pocos años (no llegó a una década) se llevó a cabo el Proyecto Microbioma Humano (HMP, por sus siglas en inglés).
Iniciado en 2008 como iniciativa del Instituto Nacional de Salud (NIH, por sus siglas en inglés) en Estados Unidos, tenía el objetivo de identificar y caracterizar los microorganismos asociados a los seres humanos, tanto en la condición de salud, como en las diversas condiciones patológicas. Proyectado para finalizar en 2014, parece ser que finalmente se extendió hasta 2016. La finalidad del proyecto era probar cómo los cambios en la microbiota humana afectan a la salud y las enfermedades que sufrimos, incluyendo aspectos como la obesidad o la diabetes tipo 2, pero, al ser un tema mucho más complejo de lo que se supuso en un primer momento, todavía no entendemos bien del todo la cuestión, aunque hay evidencias que apuntan maneras. Se usaron métodos de caracterización de comunidades microbianas como la metagenómica, que proporciona información ambiental muy amplia del material genético de los microorganismos, así como la secuenciación completa del genoma microorgánico o microbioma (de ahí el nombre). El énfasis estuvo puesto en la microbiología de cinco localizaciones representativas: oral, nasal-pulmonar, cutánea, vaginal e intestinal. En 2014 se empezó a informar de que conteníamos en nuestros organismos diez veces más microorganismos que células propias (proporción 10:1). Luego la proporción bajó ese mismo año a 3:1 (tres veces más microorganismos que células propias) y por último la actualización de 2016 dio como resultado la proporción 1:1 (la misma cantidad de microorganismos que de células propias). De todas formas es una cantidad lo suficientemente significativa como para tenerla en cuenta, pero, no obstante, muchos de los microorganismos que componen nuestra microbiota no han podido ser cultivados, identificados ni caracterizados con éxito, lo cual deja incógnitas sin despejar. La mayoría de los microorganismos presentes en la microbiota humana son bacterias. Luego vendrían levaduras, parásitos helmintos y virus. El Proyecto Microbioma Humano se definió como una lógica extensión del Proyecto Genoma Humano. Su idea no era solo el estudio de los microorganismos y su presencia en los estados de salud y predisposición a las enfermedades, sino en la definición de los parámetros necesarios para diseñar estrategias con las cuales manipular intencionadamente la microbiota humana para mejorar el desempeño fisiológico del organismo.
Los microorganismos aportan más genes responsables de la supervivencia humana (microbioma) que los propios genes del ser humano (genoma). Esto significa que nuestra microbiota tiene una importancia mucho mayor de lo que habíamos supuesto en un primer momento y solo ahora empezamos a conocer su alcance. Todavía nos queda mucho por descubrir pero mientras las investigaciones avanzan, tenemos suficientes cuestiones con las que trabajar, así como dudas que plantear para resolver.
Otro aspecto a destacar son las actividades metabólicas microbianas. Estas actividades no siempre son realizadas por la misma especie bacteriana pero siempre son necesarias e imprescindibles para tener una salud óptima y evitar enfermar. De ahí que sea importante el cuidado constante de nuestro perfil microbiano particular, pues, si bien la composición de la microbiota cambia por el tiempo inevitablemente a medida que envejecemos, parece ser que lo que más afecta a esos cambios es la dieta seguida (debido a que los microorganismos se alimentan de lo que comemos) y los fármacos tomados, por tanto deberemos poner en el punto de mira la dieta malsana y los antiobióticos. Esto significa que siempre será buena idea modificar nuestra dieta para mejorarla y reducir el consumo de antibióticos solo a lo esencial y verdaderamente necesario, evitando el uso indiscriminado y problemático que estamos haciendo. Los antibióticos provocan una matanza general de bacterias beneficiosas para la salud presente en nuestra microbiota, que luego es muy difícil recuperar (algunas especies nunca se recuperan).
La cantidad de microorganismos patógenos ambientales es mínima en comparación con la cantidad de microorganismos simbióticos y comensales que existen. La microbiota incluye bacterias (principalmente), arqueas, protistas, hongos y virus. Entre los descubrimientos hechos en la última década sabemos que los microorganismos son cruciales para la homeostasis inmunológica, hormonal y metabólica del organismo donde se encuentren. Si bien las células inmunitarias nos protegen y defienden de los microorganismos patógenos, en realidad es la microbiota en equilibrio la que mayor participación tiene en esa protección, pues todos los gérmenes patógenos acaban siendo microorganismos oportunistas que aparecen y colonizan nuestro organismo cuando la microbiota está desequilibrada. Ese desequilibrio microbiótico promueve en parte la infección y su consiguiente reacción inmunitaria intensa de rechazo, buscando la vuelta al equilibrio. Aunque en principio la microbiota irá pautada por la dieta que sigamos y el uso razonable o irracional que hagamos de los antiobióticos, otros factores relacionados con el estilo de vida también afectan: el sedentarismo o el ejercicio físico, fumar tabaco o no fumar, beber alcohol o no beber, tomar drogas o no tomar, etcétera. Pero, al parecer, lo que más afecta a la microbiota de por vida es el tipo de nacimiento que tengamos.
Antes del nacimiento, durante la gestación materna, el organismo está prácticamente estéril, es decir, no tiene apenas microbiota. La primera colonización microbiana se produce tras el parto y el nacimiento. Hasta donde hoy sabemos parece haber suficiente evidencia como para afirmar que esa primera exposición, dependiendo del tipo que sea, condicionará la salud y las potenciales enfermedades que probablemente sufriremos. Los dos aspectos principales del nacimiento y la primera infancia tendrán que ver con el parto vaginal o por cesárea y con la lactancia materna o artificial. Solo con el parto vaginal tenemos una correcta exposición a la microbiota adecuada, procedente tanto de la microbiota vaginal como de las heces de la madre. Pero luego será muy importante la lactancia materna. Entonces surge una pregunta que me parece de lo más pertinente: ¿Podríamos modificar nuestra microbiota y así mejorar nuestra salud o las enfermedades que ya suframos, tras haber estado expuestos a las dos condiciones más adversas a nivel microbiótico, como un nacimiento por cesárea y una lactancia artificial? ¿Sería posible diseñar una dieta, junto con un estilo de vida saludable, a través de la cual pudiéramos intervenir y manipular nuestra microbiota para optimizar la salud física y psíquica? Porque también se ha descubierto que la microbiota muy probablemente no solo interviene en la salud física sino psíquica.
Cada vez tenemos más evidencia sobre la importancia de la alimentación que sigamos y su impacto en la microbiota que, simultáneamente y de forma recíproca, nos devuelve ese impacto en forma de salud o enfermedades. Tiene su lógica si lo pensamos detalladamente: los microorganismos, al igual que los macroorganismos, son seres vivos y como seres vivos que son necesitan alimentarse. El problema es que la alimentación de nuestra microbiota dependerá de nuestra alimentación. Lo que nosotros decidamos ingerir es lo que ingerirá la microbiota. Y según aquello que vayamos ingiriendo a diario se configurará el perfil microbiano que luego tendremos, pues todo lo ingerido (alimentos o productos comestibles) requiere un tipo de microbiota para digerirlo y procesarlo en el aparato digestivo. Si no tuviéramos microbiota seríamos incapaces de digerir alimentos o productos comestibles. Es muy posible que descubramos algo interesante por el tiempo (aunque los tiros ya parecen ir por ahí): el impacto saludable, neutro o insaludable de los alimentos podría tener que ver más con el perfil de la microbiota que favorecen y promueven, que con el contenido nutricional en sí de los alimentos. Los vegetales sin procesar o poco procesados requieren un tipo de microbiota y por eso la promueven cuando los ingerimos a diario como parte de una dieta (no sirve de nada consumirlos una vez a la larga u ocasionalmente). Pero si esos vegetales están muy procesados el resultado es distinto. Lo mismo sucederá al ingerir productos de origen animal o productos comestibles ultraprocesados. Las únicas evidencias inequívocas que tenemos desde hace ya 30 años (sí, lo sabemos a ciencia cierta) es que solo los vegetales sin procesar o poco procesados son 100 % saludables y necesarios si queremos aspirar a tener salud (aunque eso no significa que nos protejan al 100 % de todo). Lo que no sabemos a ciencia cierta son los motivos por los que esto es así. Una significativa respuesta podría estar en la microbiota y el microbioma que favorecen.
Pero estos descubrimientos han generado, como siempre sucede en el mundo humano, especialmente si hablamos de temas relacionados con la alimentación y la salud, una serie de creencias erróneas e injustificadas, promoviendo todo tipo de afirmaciones pseudocientíficas y marketing para vender de todo injustificadamente. Lo podríamos resumir con una idea: "la moda de los probióticos". ¿Qué son los tan cacareados "probióticos"? Bueno, en realidad existen dos tipos de alimentos que, supuestamente, favorecen la diversidad microbiana en el organismo humano: los probióticos y los prebióticos. Probiótico es todo alimento o producto que ha pasado por un proceso de fermentación láctica bacteriana. Esa fermentación suele tener varias utilidades, la mayor de las cuales ha sido, a nivel histórico, la preservación (conservación) de los alimentos perecederos. Pero también ha tenido otras funciones, como la modificación palatal de los sabores o la condimentación de los alimentos (como sucede con el miso o el tamari en Japón, derivados ambos de la soja fermentada con sal y ciertos hongos). El mayor ejemplo de alimento fermentado probiótico es el yogur. Desde que se hicieron populares las investigaciones sobre la microbiota ha surgido toda una industria de venta de probióticos. La cuestión se resuelve de un plumazo al instante: NO HAY EVIDENCIA DE TIPO ALGUNO SOBRE LA EFECTIVIDAD DE LOS PROBIÓTICOS, SEAN CONSUMIDOS A TRAVÉS DE LOS ALIMENTOS O DE LOS SUPLEMENTOS DIETÉTICOS. Por tanto se trata de afirmaciones injustificadas e incluso peligrosas, pues con los probióticos estamos ingiriendo bacterias vivas que no sabemos el resultado, impacto o reacción que tendrán en el organismo. Por tanto no es aconsejable tomar probióticos. En cambio, los prebióticos son otra cuestión: se trata de ciertas fibras dietéticas de origen vegetal que son fermentables por la microbiota (pues también existen las fibras dietéticas que no son fermentables, como las contenidas en los cereales integrales). Parece ser que la clave se encuentra en este tipo de fibras vegetales, pues la microbiota se encarga de fermentarlas y nutrirse con ellas, creciendo y multiplicándose los microorganismos adecuados. Se encuentran en alimentos de origen vegetal principalmente, como frutas, verduras, frutos secos y legumbres en particular, repletas de los prebióticos más conocidos: los oligosacáridos. Por descontado que los prebióticos deben ir junto a la matriz del alimento que los contienen. No sirve de nada ultraprocesarlos para luego añadirlos en productos comestibles o tomarlos en forma de suplementos (un caso paradigmático de lo comentado serían los FOS o fructooligosacáridos y la inulina).
En fin, una dieta saludable que promueva la microbiota correcta debe estar compuesta por un alto consumo de frutas, verduras, frutos secos, legumbres y cereales integrales, complementada (opcional pero no necesariamente) con un poco de huevos, lácteos, pescados y carnes blancas. En todo caso es importante evitar las carnes rojas, las carnes procesadas y los productos comestibles ultraprocesados.
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