Herpes labial y amigdalitis vírica: mi última y reciente pérdida de la salud (ya recuperada)

El pasado lunes, 19 de agosto de 2024, empezó el picor y la molestia característica en el interior del labio inferior. Pronto se volvió un escozor sin demasiada importancia. Era posiblemente un herpes labial. 

Como creo que le pasa a la mayoría, he tenido herpes labiales de vez en cuando, desde que tengo uso de la razón. Pero simplemente cumplían su función infecciosa vírica y desaparecían por sí solos, como se supone que deben hacer. Hasta donde hoy sabemos, no hay cura para esta afección (igual que sucede con los resfriados comunes). Hagamos lo que hagamos, parece ser que la infección vírica cursará con sus síntomas, lesiones y molestias hasta desaparecer como llegó: de repente y sin motivo aparente. Es este un típico caso de autocuración: llega el virus, infecta la zona y tras un proceso de lucha defensiva por parte del sistema inmunitario, queda derrotado y se retira o muere. Supongo que sucede, más o menos, así. Igual no. A lo mejor descubrimos que sucede de otra manera. A lo mejor estoy equivocado con mi enfoque y me faltan conocimientos. Me fascina especular con ideas y posibilidades, pero sin perder pie en tierra. Pero ahora vayamos mejor al grano: dos días después empezó a dolerme la garganta. Solo la parte donde estaba el herpes labial. Y al día siguiente tenía un pedazo de dolor insoportable cuando intentaba tragar. Era como si por cada intento de tragar saliva me cortaran la garganta con una cuchilla de afeitar. O con varias. Comer se volvió imposible. Pasé tres días comiendo poco y con gran dificultad. Tenía el cuerpo destemplado y esa sensación de malestar generalizado característica de un hackeo vírico de todo mi organismo. Fatal. Pero lo peor era sentir que me iba a quedar así de por vida, pues el tiempo se dilata en una eternidad insondable y no pasa. Y entonces es, cuando perdemos la salud, que nos volvemos conscientes de su importancia. Debido a los síntomas presentados deduje que se trataba de una amigdalitis vírica, no bacteriana. Enseguida la cabeza empezó a maquinar por libre y hacerse sus "pajas mentales": ¿Y si tengo cáncer en la lengua o la boca y se trata de una metástasis en la garganta? Podría ser. Mi mujer sigue a una chica joven en TikTok que le pasó eso precisamente. ¿Y si me estoy equivocando por listo y es una infección más grave de lo que parece y estoy perdiendo tiempo vital para tratarme? Pero entonces el raciocinio atemperado debe actuar: bueno, todo parece indicar que es una amigdalitis vírica por herpes labial y si es así el proceso tiene entre cuatro y diez días de duración. Pero se puede alargar a dos semanas incluso. Punto. Si pasan tres semanas o más y no te has autocurado, entonces es el momento de plantearte acudir al médico. Y así sucedió. El viernes, 23 de agosto de 2024 por la tarde, sentí de repente un regusto a infección en la boca y otro regusto entre ácido y amargo que parecía ser un reflujo proveniente de la garganta. Luego se repitió en breve. Y a partir de ahí el dolor de garganta disminuyó considerablemente y antes de acostarme a dormir no me dolía y el cuerpo había recuperado la salud. ¿Hice algo durante ese periodo de tiempo? Sí, varias cosas. Pero... ¿Eso significa que hubo causalidad entre lo hecho y la curación? Según la evidencia científica, seguramente no. ¿Qué hice, entonces? Pues recurrir un poco a mis sesgos pseudocientíficos que me quedan residuales de mi época naturista: cambié drásticamente mi alimentación, compré dos productos fitoterapéuticos (extractos hidroglicerinados de propóleo, erísimo, tomillo y aceite esencial de eucalipto uno; extracto hidroglicerinado de propóleo, equinácea y tomillo el otro).

Probablemente no sirvieron para nada y me gasté casi 30 pavos sin motivo. Pero como la alternativa era básicamente tomar fármacos analgésicos y dejar que pasara el proceso, supongo que no perdía nada (excepto una pasta asumible). O a lo mejor fue nostalgia naturista, ya que soy muy aficionado a tomar infusiones de plantas (sin endulzar ni edulcorar, solo con la intención de disfrutar sus sabores). Eso sí: nunca tomo café ni té. Bueno, alguna vez me tomo un té verde o rojo, pero es muy ocasionalmente. Tan aficionado soy, que mi único refresco favorito es el Bitter Kas. Solo hay un problemilla con él: no es ni la mejor idea ni lo más saludable, ya que su composición es muy similar a la de otras bebidas azucaradas y/o edulcoradas. Pero los sabores distinguibles por un paladar acostumbrado a tomar infusiones de plantas a menudo, es inconfundible, pues contiene extractos de 21 plantas diferentes. El leve amargor de la amarogentina presente en la genciana (no de la quinina, como sucede con la tónica estilo Schweppes) es inconfundible (he tomado unas cuantas infusiones de genciana, aunque hace muchos años). Pero el mayor problema es que no lo puedo tomar porque tengo un problemón de mucho cuidado con los productos comestibles ultraprocesados (categoría en la que entran todos los refrescos, bebidas refrescantes o, como dice mi admirado Julio Basulto, bebidas azucaradas). Un problemón que arrastro desde, yo creo que la infancia, pero se hizo patente, grave y evidente a partir de 1997. Aunque ya hablaré de eso largo y tendido más adelante. Volviendo a la cuestión tratada aquí, también hice gárgaras con agua y sal, me lavé las manos a menudo o cambié el cepillo de dientes. Aunque el herpes labial y la amigdalitis vírica derivada tiene que ver con la exposición al virus del herpes simple (HSV) hay siempre una duda que me reconcome por dentro: ¿Por qué no afecta a todos por igual? ¿Es cuestión de entrar en contacto e infectarnos o se tienen que dar una serie de condiciones físicas, psíquicas y anímicas? ¿Los genes también afectan? Y la más importante a mi juicio: ¿La dieta que sigamos tiene algo que ver? Mi suposición, por lo que conozco de inmunología y virología hasta donde sabemos hoy, es que el sistema inmunitario debe tener una predisposición o debilidad al menos, que puede estar causada por muchos motivos. Pero eso que afirma la "sabiduría popular" de que se trata de un "bajón de las defensas" tampoco lo tengo nada claro. Aunque me quedo con la sensación de que la dieta tiene algo que ver. Casualmente llevaba varios días empezando otra vez, poco a poco, a comer mal, como siempre me sucede, introduciendo productos comestibles ultraprocesados, un exceso de sal y azúcares añadidos. Hacía un tiempo que no tomaba Bitter Kas, hasta que fui introduciéndolo en los últimos días y acabó apoderándose de mi vida otra vez. Cuando empezó el proceso patológico infeccioso estaba tomando ya cinco latas por día (y catorce o quince más petando la nevera). 

En realidad empecé con los polos de bolsa estilo Flash, que es como suelo empezar antes de tirarlo todo por la borda. 

Bueno, en realidad sería más acertado decir que empecé comiendo patatas fritas embolsadas de aperitivo. Al principio elegía unas sin sal y con aceite de oliva que ha innovado Mercadona. Están espectaculares de sabor, la verdad. Son mis favoritas con diferencia.

Pero enseguida empecé a intercalarlas con otras que llevan mucha sal (1,6 gramos) y estaban fritas con aceite de girasol. Pero también pasé a comer un producto comestible ultraprocesado de Lidl: una especie de palitos redondos y huecos preparados con harina de alubias y fécula de patata, fritos con aceite de girasol y la friolera cantidad de 1,9 gramos de sal. Brutal.

Como dice Basulto: no comas mejor, deja de comer peor. Sí, yo lo consigo siempre... Durante dos semanas, un mes a lo sumo. Y luego, poco a poco, vuelvo a recaer. Será por falta de voluntad, ¿verdad? Bueno, esa idea, aunque ya desmentida hace mucho tiempo, sigue siendo opinión popular top en la mayoría de personas profanas que de nada o de poco saben pero de todo hablan (igual soy uno de tantos), de cuñadietistas (como también los llama mi apreciado Basulto) y lo que es peor, de algunos médicos. Ya el primer día con dolor de garganta había empezado a comer sorbetes de chocolate (uno), de fresa (otro) y de naranja (un par). 

Entonces suspendí el errado camino de recaída y fracaso, para volver a comer 100 % saludable, dejando primero de comer mal. Aunque solo fueran dos días comiendo a base aguacates, semillas de cáñamo peladas, crema de pistachos, pepinillos crudos, melón y pitaya (poca cantidad, pues no tenía hambre y encima me costaba barbaridades tragar)... ¿Esa vuelta radical y disruptiva al camino acertado con la dieta tuvo algo que ver con la recuperación o la recuperación hubiera sido la misma comiendo insaludablemente? 

No lo sé, pero enseguida me obsesioné con una idea recurrente rondando mi cabeza: haber dejado de comer fruta durante unos días era mi mayor error, a pesar de seguir comiendo arroz integral, legumbres y algunas verduras, aunque hace ya un par de años que Basulto me hizo reflexionar en ese aspecto: da igual lo bien que comas si continúas comiendo mal. Lo importante es sacar la comida basura e insaludable (especialmente los productos comestibles ultraprocesados y la carne procesada) de tu vida para siempre. En esas estamos. Llevaba casi tres semanas consiguiéndolo de nuevo (desde el jueves, 1 de agosto de 2024) cuando nos mudamos a nuestra nueva vivienda de alquiler. Esta vez lo tenía claro y me acogí con vehemencia a lo que sé y quiero hacer desde tiempo ha. Pero las cosas no son tan fáciles con la dieta malsana, especialmente en la pesadilla distópica de "pantanos" y "desiertos alimentarios" (como dicen los expertos) en los que vivimos, donde es barato, fácil y ubicuo encontrar comida insaludable, pero es bastante más caro y difícil encontrar comida saludable. La elección nunca es sencilla, especialmente cuando le añades ciertos ingredientes letales, como trastorno por atracón y una conducta adictiva establecida hace varias décadas. Los productos comestibles ultraprocesados son la mayor plaga del siglo XXI. No me cabe duda. Si no entran en casa por ti, entran por el entorno que te rodea: los familiares, las amistades, el trabajo, etcétera. Y luego ya ni hablemos de la restauración, pues resulta harto improbable salir a comer por ahí y encontrar un restaurante donde comas decentemente. Pero, en fin, ayer, sábado, 24 de agosto de 2024, ya me había recuperado de la presunta amigdalitis y volvía a sentirme saludable. Caminé 34.371 pasos (mi récord desde que me descargué el último podómetro hace una semana, aunque caminar es mi ejercicio diario desde hace años, a menos que esté en una fuerte recaída y no me apetezca). 

La cuestión es que he decidido interpretar la breve enfermedad común como una oportunidad vital para volver a dejar de comer mal, de ahí que me sirva mentalmente culpar a la comida malsana de lo que me ha pasado, a ver si así consiguiera reformatear mi cerebro y liberarme definitivamente de esa mierda condicionante para siempre (¡ojalá!), aunque lo veo bastante improbable. Y es que hasta que no perdemos la salud no sabemos lo que implica tenerla. Ayer fue como volver a nacer. No me imagino lo que debe suponer vivir con una enfermedad crónica o degenerativa. Por eso entiendo la búsqueda desesperada de soluciones, aunque ello implique acogerse a pseudosoluciones que lo único que conseguirán es, en todo caso, que empeoremos (y nos gastemos cantidades ingentes de dinero inútilmente).

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