El cambio radical (aunque espontáneo) de costumbres y hábitos alimentarios

Ya se cumplen los dos meses en "la línea" y esto va cogiendo una prometedora apariencia, a pesar de ser todavía muy pronto para cerrar con afirmaciones tajantes o concluyentes, pues ya vemos (o al menos es la intención de este blog tan personal, donde me he lanzado por última vez a compartir mi mayor intimidad contigo, lector, lectora, por si te pudiera servir para algo edificante en tu propia vida) que las cosas no suelen responder a ideales subjetivos de cosecha humana propia.

La intención principal que guía mi proceder en este blog es dejar en evidencia lo difícil que resulta calibrar correctamente uno de los temas cruciales para la vida del ser humano: alimentación y salud.

Esa dificultad radica en la cantidad de confusión reinante, debida a la desinformación acumulativa que existe en esta crucial cuestión, pues se trata de la cuestión que define el tipo de vida que viviremos y la calidad de vida que obtendremos, dependiendo de las decisiones tomadas.

Existe, a mi juicio, basado en tres décadas de indagación, una débil e imperceptible línea divisoria entre una alimentación saludable que pueda optimizar nuestro estado de salud al máximo, y el resto de propuestas alimentarias, que serán insaludables por uno de estos dos motivos: o bien por defecto o bien por exceso.

Por defecto implicará seguir lo que muchos expertos llaman ya "dieta global estándar". Esto significa comprar y consumir todo lo que nos ofrecen los establecimientos dedicados a la venta de alimentos y productos comestibles, con una filosofía muy popular pero desacertada: hay que comer de todo con moderación. Debido a la situación alimentaria reinante en la actualidad a nivel mundial (de ahí lo de "dieta global estándar") se tratará de una grave equivocación, tanto si elegimos alimentos y productos para el consumo casero, como (mucho peor) si elegimos la restauración. Alimentarnos de una manera mínimamente óptima hoy en día, requiere una serie de conocimientos básicos sobre dietética y nutrición humana. Básicos, pero necesarios. Estos conocimientos implican principalmente (aunque no solo) dos aspectos:
  1. Saber distinguir entre alimentos y productos comestibles. 
  2. Saber distinguir entre alimentos saludables, neutros e insaludables.
Por exceso implicará adoptar una dieta especulativa y extrema, basada únicamente en algunos de los alimentos saludables (e incluso insaludables, creyendo que son saludables, en una confusa última vuelta de tuerca reciente), restringiendo el resto de alimentos saludables (como frutos secos, legumbres o cereales integrales) sin motivos justificados, excepto una serie de creencias infundadas que, por norma general, se ha inventado alguien por su propia cuenta (o siguen las ideas de ciertos movimientos filosóficos originados entre los siglos XIX y XX, como el higienismo, el naturismo, el vegetarianismo, el veganismo, la macrobiótica, el crudivorismo o la paleodieta). Sabremos que estamos ante algo sospechoso a evitar en este caso, debido a ciertas afirmaciones sin ningún fundamento, que pretenden pasar por consejos legítimos de salud, cuando en realidad son opiniones especulativas sin base ni evidencia alguna, como por ejemplo que el gluten o los cereales por extensión causan enfermedades crónicas y degenerativas al consumirlos; o que lo crudo es mejor, más sano y nutritivo que lo cocinado, así, en general y sin matices; o que las proteínas de origen animal en sí son la causa del cáncer o las enfermedades cardiovasculares y autoinmunes.

Aunque no es fácil, especialmente hoy en día, aprender a alimentarse correctamente, y hacer las elecciones más adecuadas (debido a la "inundación" de productos comestibles ultraprocesados muy insaludables y la depredadora publicidad comercial para "secuestrar" nuestra atención consumista), no obstante la posibilidad es viable y está en nuestras manos.

A mí personalmente me ha costado treinta años conseguirlo, pero, parece ser que, por fin, estoy en el camino. Han sido muchas equivocaciones (ensayos, pruebas, errores, rectificaciones) durante el recorrido de ese camino, aunque son válidas a mi juicio. Más que nunca se aplica, en este caso, el refrán "nunca es tarde si la dicha es buena".

Hoy, tras cumplir el segundo mes en "la línea", esto parece ser que apunta maneras poco a poco: de momento he perdido las ganas de comer alimentos comestibles ultraprocesados y llevo el mismo tiempo sin atracones de tipo alguno, hasta perder definitivamente la cuenta del último atracón.

Durante treinta años mi batalla diaria era evitar las recaídas en los atracones de productos comestibles ultraprocesados. Evidentemente era (como opino que lo son todas) una batalla perdida. Pero también considero que los esfuerzos por conseguir "reprogramar" mis hábitos y costumbres alimentarias iban señalando el camino; un camino siempre fallido y abortado más pronto que tarde, pero con una ruta estable en el trasfondo.

Hace un lustro aproximadamente (poco antes de la pandemia de covid) empecé a sentir con intensidad que, tal vez, estaba estableciendo esa ruta, que por el tiempo me llevaría a conseguir mi objetivo final: dejar de comer mal definitivamente y disolver mi trastorno por atracón de manera simultánea. Pero pasaban los años y no se materializaba de verdad.

La última recaída tuvo lugar al comienzo de este blog, en septiembre de 2024. Estuve hasta el 11 de noviembre metido de pleno en la recaída y entonces sucedió algo que muchas veces y en no pocos casos suele ser el disparador definitivo para una transformación radical (etimológicamente hablando, de raíz): un proceso patológico estacional común pero con un desarrollo muy distinto al de estos procesos anuales. Aunque no puedo garantizar ni afirmar que fuera rinitis seca (no acudí a mi médico de familia ni lo confirmó un especialista, otorrinolaringólogo en este caso) personalmente lo tomo como tal, pues los síntomas encajaban a la perfección. 

Pocos días después comprobé lo que tantas veces he comprobado a lo largo de mi vida: si cambiamos de manera radical nuestra alimentación mayoritariamente insaludable, por una alimentación 100 % saludable durante el desarrollo de un proceso patológico, por norma general este mejora (o al menos mejora la percepción subjetiva que tenemos de él). Me pasó infinidad de veces, la última en la segunda mitad de agosto de 2024 con la amigdalitis vírica derivada de un herpes labial. El problema siempre venía al recuperar la salud, porque los procesos psicológicos de las agitadas mentes que tenemos como seres humanos, me absorbían del todo en poco tiempo y volvía a las costumbres habituadas. Pero tras la presunta rinitis seca de noviembre todo cambió en mi mente y ese cambio nos lleva hasta la actualidad.

Hoy no siento, de momento, el más mínimo impulso ni necesidad compulsiva de consumir productos comestibles ultraprocesados. De hecho, hace dos meses que no los consumo y eso es una gran novedad en mi vida; una novedosa sensación vital, ya que pasé treinta años "esclavizado" por y atrapado en un consumo compulsivo de estos nocivos productos, siendo consciente en todo momento de lo que me provocaban, pero sin poder salir de ahí, pues la situación ambiental no ayuda, ya que vivimos, claramente, en sociedades muy inconscientes y sumamente enfermas a mi parecer. No es un problema individual y verlo así creo que es una gran equivocación. Es un problema social y global que nos afecta a todos, especialmente cada vez que compramos comida, pues nuestro patrón personal de consumo define, marca, diseña y moldea la sociedad en la que luego viviremos. Y aunque sea un problema social, de momento y viendo el panorama vigente, creo que debemos implicarnos a nivel individual tomando decisiones lo más conscientes posible. Pero solo se trata de una opinión especulativa y muy personal.

Hoy he desarrollado un hábito y costumbre muy diferente, renunciando al consumo de productos comestibles ultraprocesados, a cambio de frutas, verduras, frutos secos, legumbres y cereales integrales. La última vez que comí queso fue en Nochebuena, pero consumí una pequeña porción y únicamente para probar la raclette que mi mujer había comprado. Cuando pienso en comer lácteos o huevos me pasa lo mismo que me pasó en la Nochebuena de 2013 con la carne: siento cierta repulsión asimilable al asco. No es una reacción mental ideológica, como sucede con el veganismo, sino una respuesta fisiológica y palatal: mi cuerpo rechaza consumir alimentos de origen animal por algún motivo. No descarto volver a comer lácteos y huevos, pero de momento no me apetece ni siento necesidad alguna de consumirlos.

Mi costumbre y hábito actual consiste en un horneado de verduras y tofu que al principio empezó preparando mi mujer como un almuerzo más entre tantos otros, pero luego fue apoderándose de mi vida en diciembre de 2024. Hoy he desarrollado mi propio horneado de verduras y tofu, probando con diversos ingredientes y preparaciones. Consiste en: berenjena, calabacín, zanahoria, pimiento rojo, cebolla, patatas, tofu, especias y aceite de oliva virgen extra.


Cada dos o tres días me preparo esta enorme bandeja horneada de verduras y tofu, junto con algún fruto seco tostado o crudo (preferentemente sin sal o con la menor sal añadida) y fruta fresca para terminar.

El resultado de los nuevos hábitos y costumbres sigue siendo patente, al reflejarse en mi condición física que mejora progresivamente, día a día, despacio pero constante, nada más dar comienzo este 2025.

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